No somos muy diferentes a Brasil en el plano deportivo: compartimos el fútbol de gran jerarquía, tenemos mejor rugby, tenis y básquet, y Brasil nos supera en vóley y en las destrezas de tinte olímpico. En definitiva, no hay una gran hegemonía carioca, sino un equilibrio real.
Donde sí somos incomparables es en la esfera política y económica: previsibilidad institucional, estrategia diplomática coherente, expansión productiva, aprovechamiento de sus recursos y jerarquización de sus universidad y centros de investigaciones; son algunas de las claves de este Brasil en alza.
Uno de los reconocimientos de la contemporánea situación brasilera, es la designación como sede del Mundial de Fútbol 2014 y de los Juego Olímpicos Río de Janeiro 2016. Se estima que serán invertidos cerca de 14.000 millones de dólares para la cita olímpica, que transitará tierras sudaméricanas por primera vez.
Los países subdesarrollados de esta región (incluido Brasil) no pueden garantizar la satisfacción de las necesidades básicas a todos sus habitantes. Demasiado chocante, al mostrar el contraste con la inversión que tendrán que hacer para organizar semejantes celebraciones deportivas. Convenientemente, acaban de obtener el derecho a la gestación de un impacto económico que brindará centenares de miles de puestos de trabajo. Bien dirigidos, estos Juegos pueden apuntalar el desarrollo social de una ciudad.
Aprovechando la situación vecina, esperemos (nosotros, los argentinos) rescatar alguna migaja de los brasileros para no quedarnos tan aislados de los grandes acontecimientos mundiales.
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